Despojo de Michela La Galla

03.02.2025

 Daniel Arella

Michela La Galla (Caracas, Venezuela, 1994)
Michela La Galla (Caracas, Venezuela, 1994)

Libertad me sugiere vuelo, me sugiere aire, me sugiere amplitud, me sugiere posibilidad, multiplicidad, variación. Creo que es sumamente importante intentar, paradójicamente, despojarse de todo para liberarse completamente o al menos así creerlo. Es importante afrontar la vida con desnudez. La verdad está siempre desnuda.

Entrevista a Michela La Galla, El Nacional

.

La poesía destruye al hombre

Leopoldo María Panero

La experiencia de la nada en un poeta joven es deconstructiva, radical, patológica; no tener rostro, acceder al cielo en un asalto y cubrirse con la omnipresencia de ser nadie, puede llevar a la locura; sin embargo, es la puerta estrecha al umbral de la verdadera poesía, bautizada por el infierno y la intemperie, paradójicamente, lo único que salva. Es el amor y la muerte lo que duele más allá de toda medida, esos dos pilares sin los que la belleza sería solo lo contemplativo, pero no el peso implacable de lo terrible. En su pacto con la revelación profética y los poderes marginales de la iluminación, la videncia de la poesía es peligrosa, aunque necesaria, e impostergable para el que ya se sabe enfermo; camino que el joven poeta ha elegido con honor, bella esperanza entre todas, curarse con poemas y los dones de su sagrado desenfado: los venenos, el erotismo, la venganza (son los demonios que se volverán traslúcidos por la palabra), pero también la paranoia, la soledad, la lujuria, el aguijón, la salsa, el exilio, la tristeza, el perro amor caraqueño, la amistad y la Nada: "pero la nada/ también sufre/ la nada/ también sangra", nos recuerdan, como en otro giro ontológico de la corporeidad. Así como en un cuadro de Bacon, en los poemas de Michela La Galla (Caracas, 1994), en su primer poemario Despojo (2023), se presiente un rapto geométrico de la metamorfosis, aún en el despojamiento formal de su expresión verbal. Atlas lingüístico del dolor, por la transparencia entre cuerpo y sintaxis, entre piel que es lenguaje que cubre la Nada, envoltura que inunda con sus in-límites ríos la pulsión de la angustia, sabiendo esa voz de Antonio Porchia que remata: "Nada no es solamente nada. Es también nuestra cárcel". La nada aquí es asfixia, paroxismo, ataraxia del desastre: llaga. La nada deja de ser sagrada, es sangrada, la convierte en cuerpo de ceniza, memoria: «deshacerme / desprenderme / desasirme /depurarme /descomponerme /fragmentarme /desdentarme /fracturarme / dividirme / en pequeños / pedazos / de nada».

Así lo vemos en su apretada sintaxis poética que nos otorga la sensación de cascada, de oscilantes círculos concéntricos de la caída, narrativa de un despojamiento, de una iluminación súbita: se origina en el cuerpo y desde sus incandescentes fracturas, lesiones, quemaduras y rayadurasse sumerge en la pregunta simétrica de lo riguroso, insaciable desmesura del para qué de Unamuno: «¿cómo me quito / el vicio / de desear / sin saber qué?». O en otros poemas más adelante cuando se increpa: «¿Qué se puede/ hacer/ cuando ya no se/ puede/ hacer / nada? /¿es que se puede/ hacer algo?/ ¿es que hay/ algo/ por hacer/ hacer y deshacer/ deshacer haciendo/ destruir la destrucción». Destruir la destrucción, verso letal, fórmula negra de la alquimia, esperanza apocalíptica, única certeza. La Galla nombra el mundo que la atraviesa y la transforma, pero no la destruye; la inteligencia (esa soledad en llamas, como diría José Gorostiza) la salva, en medio de los más terribles peligros le brotan certezas que son epitafios, tatuajes, oráculos.


En Despojo destaca el erotismo y la amistad como la única esperanza de justificar la destrucción, su peligro es alimento de la fantasía y la ternura, pero su vaciamiento es su desaparición, su grieta. Despojo es un libro del tiempo, de la muerte, son versos del devenir. Las distintas capas de la destrucción del libro revelan las vísceras del lenguaje. Y estamos ante un libro que increpa con preguntas desde el reflejo de una condición humana en ruinas que se revela, o que está condenada a transformarse en el mismo instante de su descubrimiento. Cada poema de Despojo es una confrontación sincera que investiga –en la dialéctica de su destrucción– la verdad profunda de lo humano –más allá que el efecto estético–, sus fondos inconfundibles que lo llevan al límite de sí mismo, que lo arrancan de su propia naturaleza. Estamos ante una poesía comprometida con la verdad en el sentido de Kierkegaard cuando dice: sólo creo en la verdad cuando en mí se hace vida, de allí su desnudez. La vida asciende en los poemas de La Galla como el brillo de un cuchillo que se mueve ante la luz reflejada del sol, ya que la estructura rítmica y visual de Despojo se emparenta con esa síntesis que hace Charles Baudelaire sobre un asunto capital, anotado en sus diarios: «El mal es la alegría del descenso». Los poemas de Michela son vórtices de descensos, caídas rigurosas. Una lucha artaudiana, pero sin la violencia masculina que se vuelve ridícula en el límite de su mudez, de su desencanto feroz; en Despojo, la mujer es victoriosa porque acaece y renace en ese caos germinal «destruyendo la destrucción»..


La poesía venezolana, a mi parecer, se ha destacado más por sus mujeres poetas que por sus hombres poetas –no lo digo en alusión al recién coronado Premio Cervantes, Rafael Cadenas, que es sólo una punta mínima del iceberg de una tradición amplia y rica que se sigue explorando, ampliando y conociendo en mi propio país–; me refiero al libro precoz de Mariela Álvarez, Textos de anatomía comprada (1978), por el mismo ejercicio de transustanciación del cuerpo en transgresión con los poderes alienantes y opresores del patriarcado y la sociedad represiva, presente también en Despojo (2023) de Michela La Galla, que alcanza una depuración formal del lenguaje que tiene su secreta pero sólida tradición en la poesía escrita por mujeres en la nación: Martha Kornblith, Ida Gramcko, Miyó Vestrini, María Auxiliadora Álvarez, Emira Rodríguez, Hanni Ossott, Karelyn Buenaño, Yolanda Pantin.

Sin embargo, en los poemas de Michela La Galla, lectora de Bolaño, Leopoldo María Panero, Ginsberg, Pavese, Andrés Caicedo, Anne Sexton, y traductora de Sylvia Plath, se presiente una nervadura del lenguaje en su depuración; queda el cuerpo en su obligada otredad, nombrando dimensiones de éxtasis, pero su expresión no es desmesurada, es contenida; está hecha de pensamiento, vértigo y destrucción, en una simetría. Sus ruinas están pulidas, son ovaladas. El lenguaje poético de Michela La Galla recupera el tono y la imagen justa en el devenir de una sintaxis puñalera que construye poemas que se vuelven testimonios, gritos, certezas, preguntas, manifiestos, oraciones, murmullos, depuraciones del horror de existir; pero a diferencia de Cioran, condenado para siempre, en Despojo, la Nada consiste en una autodestrucción genésica cuyo fulgor sobrevive por el poder de la mujer, la poesía, el erotismo y la amistad.


Medellín, 13 de mayo del 2023

***

Prólogo de Despojo, de Michela La Galla (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2023)