El duelo, un padecimiento compartido

08.02.2025

Néstor Mendoza 

Igor Barreto (San Fernando de Apure, Venezuela, 1952).  Poeta y ensayista.
Igor Barreto (San Fernando de Apure, Venezuela, 1952). Poeta y ensayista.


El duelo fue mi segundo encuentro con la poesía de Igor Barreto (el primero fue con Tierranegra). Con El duelo pude ratificar, muy tempranamente, sus intereses formales y temáticos; también logré comprobar algo mucho más determinante en su obra: su actitud hacia el lenguaje y su postura discursiva. Allí, en el discurso, encontré un aspecto que sigue siendo frecuente en sus títulos posteriores, por ejemplo, en Annapurna y definitivamente en El muro de Mandelstam. Cuando el poeta utiliza el verso o la prosa revalidamos un aspecto que trasciende la disposición de las palabras en la palidez de la hoja. Una reflexión implícita, culta, no siempre tácita, se manifiesta.

El verso de Igor Barreto es exigente porque no se vincula con los rasgos líricos habituales; tampoco su prosa, que a veces es narrativa y «periodística», microficcional, sin afiliarse a ningún sector, sin determinarla exclusivamente como poema en prosa. Negar esto sería silenciar grandes rasgos, ricos atributos. Si lo leemos dentro de las convenciones del poema saldremos defraudados. Esto sucede porque su poesía se aleja del canon de la emoción, o al menos él nos plantea otra emoción para nada lacrimógena. Yo leí El duelo, aquel año 2016, y tuve esto en cuenta. Salí de él, del libro, consciente y asombrado. Algo nuevo había allí, algo que no estaba presente en Tierranegra, algo que se veía (que yo veía) por primera vez en sus textos.

¿Cómo nace este libro? Nace, en primer momento, por el estupor que experimenta: el robo y posterior descuartizamiento de dos caballos («uno árabe de los corrales de la criadora norteamericana Mary Ransey, y otro, un potrón cuarto de milla que pertenecía al criador Antonio Mosquera»). Esta trágica historia da el impulso necesario para una indagación: se abre un capítulo de novela negra en el que el propio Igor funge como detective o investigador privado. El duelo es un libro que nace por un interés específico, un dolor que se transforma en búsqueda personal. El poeta rastrea el origen de ambas muertes en la ciudad de Maturín y se reencuentra con una miseria nacional. «Ante el hambre retrocede el espíritu», dice Igor en su ensayo-poética. Esto me hace recordar una dura película post apocalíptica, The Road. En ella, un padre y su hijo pre adolescente luchan por la supervivencia en un mundo convertido en un páramo invernal. Los personajes centrales de la película prefieren morir antes de acceder al canibalismo de quienes sobreviven en la Tierra, pérdida final de su humanidad. El hambre es la catástrofe más visible del film, del país y de este libro.

Igor Barreto tiene conocimiento pleno de sus instrumentos: uso elegante de los adjetivos, frecuentes encabalgamientos, cierto léxico especializado, el verso corto y sentencioso y la prosa meditada, la viñeta reflexiva que describe con detalle la ausencia trágica del caballo («Desapareció sin señal, ni sonido. En la mañana descubrimos su ausencia»). Concibe la estructura de este libro como pesos: uno lírico, uno dramático y otro narrativo. Yo diría que sus poemas en prosa son como esquelas eruditas, demasiado estilizadas para ser leídas en la prensa diaria (el macabro hallazgo). Esta edición de El duelo incluye un ensayo final, como epílogo, que funciona como poética; se trata de un texto tan valioso como los propios poemas, pues ofrece una evidencia hasta ahora inédita: «La apropiación, la simulación, la aproximación con la prosa, con el aforismo o el haiku, fueron la cordada que me guio en la escritura de El duelo. Pero aún podría señalar otro recurso que intensificó (para mí) la impureza de estas páginas: me refiero a la tentación del reportaje, o a la simple indagación de sesgo antropológico».

Igor Barreto, con inclinación objetivista e imparcial, que lo acerca a la lírica norteamericana, describe los hechos de tal forma que somos testigos de primer orden. El verso y la prosa de Igor son refinados, por eso la dificultad para seleccionar o segregar. El autor utiliza diferentes recursos para la manifestación de estos dolores que tienen como centro la desaparición (el asesinato, si la palabra cabe) de los equinos. No hay un solo caballo en este libro, aunque pudiera ser el mismo animal que parte de las fábulas de Esopo y llega hasta las caballerizas actuales.

La poesía, como nos recuerda la poeta Gina Saraceni aludiendo a El duelo, «le da una inscripción verbal y simbólica a la muerte del caballo al impedir que su vida cese simplemente de existir». El caballo y el humano que lo acompaña (en ese orden) son los protagonistas. Para quienes leemos estos relatos sin la base de la experiencia, como advenedizos, logramos ver y sentir lo que nos expresa. Es un dolor que muchos no experimentarán de manera expedita, pues no todos tenemos acceso al universo del animal ausente. Pero este es el lugar propio de la creación poética: hacer que miremos de cerca el padecimiento del otro.

Independientemente de los rasgos políticos y sociales, en El duelo hay nobleza porque el caballo es una representación alta del dolor: el dolor ante la pérdida, dolor humano.




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Prólogo de la segunda edición de El duelo (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2021)