El latir del sentido en Sembrando lejanías
Arturo Gutiérrez Plaza

Yo diría que toda la poesía de Luisana Itriago encuentra en la palabra no sólo el elemento esencial del poema, sino fundamentalmente la cifra mediante la cual se intenta el rescate, la redención, la restitución de una íntima unidad perdida: una añorada plenitud. Eso podemos constatarlo en toda su obra poética y significativamente en este libro, Sembrando lejanías: la invención de un sentido, pues aquí también la palabra es asidero fundamental, es fundamento. Dicho de otro modo, aunque desde el primer poema de este poemario se nos hable de "un refugio hecho de palabras" que "resguarda la memoria de lo recorrido", en realidad, la palabra en sí misma ya es el primer refugio, el vínculo primigenio con el deseo de "perpetuar" la "palpitante luminosidad" del instante. Así, la dialéctica entre "lo huidizo" y "lo permanente" —como diría Juan Sánchez Peláez— encuentra en la poesía de Itriago su mejor síntesis en la palabra, como posibilidad privilegiada de intensificación de la experiencia humana, sin menos cabo de saber que siempre lo esencial le será inaprehensible, que perpetuamente estará "más allá" de ellas.
Hablamos entonces de una palabra que nos resguarda, al tiempo que nos enseña a habitar en la intemperie, que "nos anuncia/ desgaste y lejanía", pero que también "nos protege", pues sabe que "no soportamos/ demasiada realidad". Por todo eso, en esta poesía, se siembran lejanías "para conservar/ el aroma de la presencia", para poseer y rescatar del pasado "aquello que amamos".
Si imagináramos que esta concepción de la palabra pudiera constituirse en una aguja, también podríamos encontrar enhebrados en ella los múltiples hilos que, en delicadas y precisas puntadas, habrían de coser las cuatro partes de este libro: "Rumor del universo", "Presencias reales", "La magia del sentido: un rompecabezas interminable" y "Para un final". Una misma aguja junta y recorre cada una de ellas con hilos de un mismo carrete, pero de diversas tonalidades. El resultado: un tejido cromático de enigmática belleza y sutil complejidad. En ese tramado encontraremos también paratextos, intertextos, citas, comentarios, recreaciones, variaciones, transcripciones de escritos de otros autores de diversas lenguas, épocas y tradiciones, tejidos con un propósito común: tratar de hilvanar, de "inventar un sentido" que le dé asidero a la propia existencia, mediante el diálogo con ese textum mayor que conforma la literatura universal. Entre esas voces cuyos ecos habitan en este libro están: George Steiner, José Ortega y Gasset, Rabindranaz Tagore, Mariano Picón Salas, Confucio, Franz Kafka, E.M. Ciorán, Basho, Netzahualcóyotl, Hannah Arent, T.S. Eliot, Rainer María Rilke, Ida Gramcko y Elizabeth Schön. Con todos ellos Luisana conversa a su modo, en íntima soledad, en busca de vínculos esenciales con esa palabra verdadera que se yergue sin escándalos, para nombrar sin pretensiones, desde un aplomado despojamiento. Por eso, la suya, es una poesía que rehúye y rechaza toda palabra encandilada por lo meramente lúdico e ingenioso, por el artificio y la impostación, por la vana verbosidad.
El encuentro con notas dispersas, reflexiones, comentarios a los márgenes, pequeños y diversos hallazgos parecieran indicar la ruta recorrida en la escritura y "armado" del conjunto. Tal vez por eso, una invitación a habitar morosamente, sin prisas, estas páginas, es lo que como lector he sentido. Esa, digamos, disposición fragmentaria no azarosa, sino más bien arduamente vigilada, en busca de un sentido, de un sentido de coherencia y totalidad, podemos encontrarla tanto en el conjunto del libro como en muchos de los poemas que lo conforman, cuya forma constructiva parte del compromiso entre instantes que se congregan en torno a una emoción, una imagen, una revelación. Esa suma de instantes habrá de conformar, además, el trayecto de una vida que ya en su ocaso busca rememorar, para "iluminar y alumbrar la palabra/desde el resplandor del instante". Pues en realidad, más que suma, se conforma una suerte de Aleph, en el que múltiples imágenes confluyen: el mar en su eterno recomenzar, el amor en sus plenitudes e imposibilidades, la vida como constante apertura al asombro, la persistencia del desgate, el rechazo a todo simulacro, el paso del tiempo y sus ausencias, el rescate de la inocencia y de la infancia, la añorada plenitud.
Para cerrar el libro, para despedirse, tal vez para subrayar la dimensión universal de la experiencia humana (reflejada en la palabra) sumida y condenada al paso del tiempo, Luisana acude a una voz ancestral con la que naturalmente se identifica. Así opta no por recrear sino por transcribir un poema Náhuatl; opta por rememorar las flores de los cantos de Netzahualcóyotl. Allí las lejanías sembradas en este libro brotarán también, para ocupar su lugar en la tierra, pues Luisana sabe como Netzahualcóyotl que "como una pintura nos iremos borrando", sí, ciertamente, pero sobre todo como una pintura en la que la vida, sin duda, siempre ha latido.
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Prólogo de Sembrando lejanías: La invención de un sentido, de Luisana Itriago (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2021)