Fisuras de Amarú Vanegas
Águeda Pizarro Rayo

Fisuras de Amarú Vanegas, el libro ganador del XXXV Concurso Ediciones Embalaje del Museo Rayo 2019, merece una o muchas lecturas profundas. Es una obra difícil de enfrentar, no por falta de claridad ni por un lenguaje indescifrable, sino por el dolor que nos devela. No podemos apartar la vista ni escurrirnos a lugares más placenteros. Esta mujer peregrina, nacida en Venezuela y residente en Colombia, nos toma de la mano, nos enlaza con sus palabras y nos lleva paso a paso por los caminos del destierro, del abandono, del peligro y la invisibilidad que ella misma transita. En esta época de la pandemia que es, a la vez, pandemonio, pandolor, caja de Pandora, son muchos los libros que buscan encontrar un hilo conductor inteligible. Este hilo que vibra como cuerda de instrumento musical se destaca por su verdad. Una fisura es una herida, una rasgadura, que deja ver el lugar donde nace la muerte o revive la vida.
Hay que leer con mucho recelo los epígrafes que son nuestros guías al seguir las huellas de los pasos que son estos poemas. El que abre la lectura ofreciéndonos el mapa del viaje que recorreremos, tiene dos estrofas. La primera: "Los oficios nos reclaman desde el mito. / Pedimos perseverancia, astucia, temple, / fuerza y cordura para aplacar a los dioses". La segunda estrofa nos remite a la mitología griega, y tiene los versos invertidos, es decir que fluyen de izquierda a derecha, dejando un respiro antes del segundo y tercer verso: "Así como Psique y Heracles se obligaron / en análogo heroísmo, / incluyendo el descensus ad inferos, / también lo humano debe enfrentar sus propias fisuras". Suponemos que el epígrafe es de la propia autora y que nos está preparando para un viaje dantesco a nuestras propias vidas humanas. El primer poema, "Los pasos", tiene un epígrafe de Chantal Maillard: "Hilemos señores. Es tiempo de relevar/ a las Parcas". Nosotros hilamos nuestra propia tragedia y nuestro castigo. La mujer a quien habla la voz poética es una asesina, quizás Medea: "Recuperas los ojos / del cadáver de tu hijo. / Ves más allá de su vacío". Este poema, por el que caminamos en estrofas donde los tres o cuatro versos se balancean de izquierda a derecha, crea la ilusión de precariedad y de un creciente horror. La mujer que seguimos, no conoce lágrimas porque ve por los ojos del niño muerto. Es una paria: "El aire esquiva tu rostro". En la única estrofa de cuatro versos, "Una lámpara ardiendo" nos la ilumina. Lo que vemos es un vestido bordado de colores como los del amanecer, vestido de reina. Pero el bordado es de cruces, de muertes que encuentra en su camino. Se nos aclara que los pasos que da son "heredados". Ha sido condenada por nosotros que somos ahora parcas. La mujer que seguimos verso a verso, busca el templo entre la oscuridad. Se arrastra a "la puerta de los Propileos". como el del Partenón y confiesa, lo cual la entrega a la locura. No muere, es un mito. El poema sentencia: "No mereces la muerte, pero cuánto la anhelas". En la última estrofa, somos testigos, como Dante, del sufrimiento de la madre: "¿cuántos crímenes cometiste antes / de llegar a este infierno?" Aquí nos damos cuenta de que el mito se superpone a algo real, algo que se puede ver en las cárceles de hoy o entre los evadidos que se lanzan a los caminos para huir entre tantos.
Los poemas nos hacen pensar en las piedras espaciadas de una vía antigua. Nosotros también somos desplazados, condenados. Hacemos parte de la trashumancia de la autora. Ella nos guía como Beatriz a Dante y nos quedamos a la vera estupefactos, mirando los fuegos que dejan las guerras. "La pira", el segundo poema, introduce una metáfora recurrente, la de la fiebre, asociada con otra, el hacha mortífera y esclarecedora de verdades: "Después de los temblores vino la fiebre. / La pira inflamó las cabezas / con su hacha de sabiduría".Pero, en la siguiente estrofa, nos damos de cuenta que la sabiduría es el misterio: "Los ciudadanos poseídos, / …enfrentaron el golpe. Todo era misterio". En la penúltima estrofa llegamos a una de las imágenes únicas que esta poeta de ultramundos inventa. Los caminantes por el último círculo deben: "arrastrarse en la pornografía del dolor / donde la belleza y el horror se dan la mano". La multitud errante debe presenciar sus propias condenas para poder cruzar el puente ¿de España a Francia?, ¿de Venezuela a Colombia? "Solo así / podrían alcanzar el resplandor". Pero el resplandor como el espejismo se aleja siempre. ¿Habrá esperanza en este poemario desgarrador?
Los versos dentro de las estrofas están ordenados sobre la hoja en zigzag. Nos hacen pensar en las piedras espaciadas de una vía antigua. Los poemas de Amarú no viven siempre en paisajes míticos, sino que descienden a nuestras tierras laceradas por fisuras que se llaman fronteras. El fuego, compañero fulgurante, enciende un encuentro en la noche oscura bajo un samán, una sombra en la sombra. La escena es real, una realidad violenta, pero el primer verso nos habla de clarividencia: "Es noche de presagios". Será una película de terror lo que sigue: "unos brazos rodean el samán / de un patio incógnito, / estrujando los gemidos / de un cuerpo contra el árbol". El poema obra con el sonido. Los brazos sin cuerpo estrujan no otro cuerpo que gime, sino los gemidos de otro cuerpo invisible. Las estrofas son más largas que en otros poemas lo que refleja el tronco alto los largos cuerpos arrimados a él, el sonido continuo de los gemidos. En la segunda estrofa aprendemos de qué se trata. Reteniéndonos en la oscuridad, escuchamos: "No se sabe si el ruido es de horror / o de gozo". Ahora notamos una personificación que descubre el acto atroz que estamos presenciando: "Pero algo se sabe: / la noche sangra las prendas", metonimia donde la prenda sustituye el cuerpo ultrajado de una muchacha drogada que aparece entera con toda su historia en los versos que siguen: "…la joven narcotizada", virgen, pero ya "entrenada en el litigio" de la bebida. La pareja, antes parte de la sombra del samán en la noche, ahora brilla hacia adentro con luces alucinógenas "de colores". En el siguiente verso hay espacios, pausas como respiración entrecortada. Llega la hora fatídica, como en el escenario de un teatro, "la hora del corte eléctrico". La oscuridad hace parte de los presagios de la primera estrofa y en la última volvemos a sentir ese escalofrío: "La noche es propicia, / la hora propicia". Escuchamos el jadeo de la pareja que se transforma en el movimiento de los cuerpos, con su "vaivén encorvado". Luego aparece la navaja, "sombra de metal", que es el fuego, la fiebre, el deseo de ¿venganza? ¿Celos? El último verso, separado de los demás, es todo lo contrario de lo que usualmente se dice de la muerte. No cae el telón, no cae la noche, sino que "Se hace la luz". Cae la verdad, se revela el doble crimen que nos ciega con su terrible amanecer.
Recordamos poema tras poema que Amarú, la amarga caminante, la Beatriz para nuestro Dante, nos va mostrando las estaciones de su propia cruz mientras transita su camino. En "Oleaje" se suicidan las gaviotas en la marea alta. Observamos con ella que "Cada ola es el sonido de sus sombras," brillante imagen sinestésica que ve en la repetición, "el crujir de universos tentativos / pendientes por explicación en la física cuántica". En la física cuántica, es el azar la causa de las mutaciones y reverberaciones que rigen el universo. Algo que las gaviotas y quizás los balseros y los refugiados africanos no logran entender al lanzarse al agua. En otro poema breve, "Ángel", vemos esa conjunción de lo sagrado y lo terrenal, la belleza imperecedera de lo mítico y la fragilidad destructible de lo corpóreo. El ángel de este poema es un niño que aparece en el fango, "la espesura", como una estatuilla o un muñeco. Está desnudo, tiene "los pies rotos / chamuscados". La segunda estrofa nos rompe el corazón porque "El niño, perdió todo en el monte: / la aureola, la forma de silbar las oraciones". Ya se va obrando la transformación poética porque el niño de barro "una vez silbó como un canario". Los últimos versos nos dejan saber por qué este pequeño bulto de arcilla es un ángel: "y las esplendorosas alas / del pájaro que un día fue".
En este libro ocurren metamorfosis. Están los lobos de "Feroz", con su epígrafe de Raúl Gómez Jattin, otro visionario desde el espejo oscuro: "Sonríes desde lejos como si masticaras / mi corazón entre tus colmillos". Somos nosotros los lobos y el poema nos enseña por qué en la segunda estrofa que corre en zigzag como el miedo: "El hambre nos mira como si un dios absoluto / cayera / rendido en su regocijo. Damos / todo lo nuestro a la experiencia orgiástica de la malicia". Otra vez el adjetivo inesperado para iluminar una verdad a puños. ¿A quién sino a Amarú se le ocurre llamarle a la malicia, algo que roe y vence el hambre con sus dientes pequeños y mentirosos, una experiencia "orgiástica?" Pero si lo piensas bien vencer a la enemiga con triquiñuelas, tener entre manos la manzana por la que lloró el niño de la señora Santana y poder morderla, debe producir ese "placer" en "la sangre que alimenta nuestro ego".
Entre las fisuras que se presentan de diferentes maneras a través de metáforas insólitas y paradójicas, aparece el amor. Pero el amor es crudo, quema, duele. "Prófugos", abre con un símil extraordinario: "Algo permanece en la carne / después del amor. / Algo como la tierra cuando termina el arado / y en cada surco marcado a fondo / siembra su goce. El milagro". Cada una de las estrofas empieza con "Algo", "...como fiebre / vibrando en los huesos / que hasta en la brevedad de la poesía / nos hace morder el frío". No se puede olvidar que el poema se llama "Prófugos" y esa fuga es lo que transforma el lenguaje haciendo las comparaciones más extrañas al aburrimiento de la rutina. Los amantes prófugos, en las rutas del olvido, no pueden alimentarse de lugares comunes, no pueden decir lo que no es crudo y sublime a la vez, lo que no está dentro del surco, la fisura porque tanto ellos como el amor se van. La última estrofa es una plegaria al amante que se levantará: "Cuando te separes de mi cuerpo / no traigas tormentas. / Vendrá la muerte y entenderá / que ya no existe lugar". La fisura se llena de ese algo repetido y diferente en cada verso. Los versos con sus fisuras entre ellos se llenan de ese algo que son las palabras. La muerte no puede volver a surcar esas fisuras. La rechaza "algo".
No hay lugar rasgado ni herida abierta donde no llegue el poema que los ilumine. En "Precinto", es la calle de los mendigos y los sin hogar. Habla la poeta que es una de las sombras con la marca, "en el lado derecho de su sombra". Ella le avisa que no se monte en sus pies, que le deje libre porque: "la calle / es mi pacto, el reino donde recojo las monedas". La autora se dirige a nosotros los transeúntes que no le dirigimos la mirada a las personas que en ella duermen. Nos dice: "Abre los ojos que yo existo / dame al menos un poco de comida / mientras desnudas tu pecado". En "Rugido", con un epígrafe de Hugo Mujica que recuerda el que encabeza el libro: "uno mismo es el trueno / y el relámpago / pero el trueno llega después". La metáfora del trueno se desarrolla, cogiendo impulso como lo hace el propio trueno. Pero él es personal, como un dios: "Olfatea las mínimas historias interceptando / sus secretos. / La revelación del trueno es furia de sonrisa lenta, / su rasgadura / descubre un alivio de voces dentro de cada cabeza". Este dios lento es una excusa, promete que al manifestarse en la conciencia de cada cual habrá algo exculpatorio. Pero el poema nos dice que, en ese ruido todopoderoso, solo veremos nuestro verdadero rostro, quizás, malévolo. En los versos más originales y contundentes, vemos que el "Trueno" es también pequeño: "que magnifica el minúsculo aleteo de los insectos / despeñando almas vidriosas". Los caminantes de este descenso al infierno somos susceptibles a toda clase de engaños y mistificaciones. Nos damos cuenta en cualquier descanso. El trueno, como emperador "ataviado y perfumado para el banquete final / anuda las voces del sangrado que otros cuellos le ofrecen". Ritos de sacrificio inútiles y ajenos. El trueno, ningún dios todopoderoso, no comprende su peso y "muere / en el más esplendoroso rugido".
Fisuras quita la máscara a todos los engaños llegando a verdades ineludibles para los errantes. Algunos de los poemas tratan específicamente la condición de la mujer y sus consecuencias. "Grandeza" está dirigido a nosotras y es una advertencia. Aquí se anudan las acusaciones que tienen por fin, alejarnos del poder sobre nuestra propia vida: "Dirán que te has vuelto loca, / que tienes el demonio en los ojos". Como se les dijo a las brujas. Mas nosotras tenemos que obrar en secreto. "Nadie sabrá / cómo construyes los puentes en la nada". El miedo que una y otra vez evidencia el patriarcado: "Serás peligrosa", nos pone en peligro. El arma que nos queda es la transgresión que será "…esa forma de orar entre risas". Para sobrevivir por los siglos de los siglos, a las Cleopatras y las consortes de los poderosos: "Alguien te enseñará a utilizar tus encantos / ¿o lo sabrás desde el comienzo?" La salida es algo esperanzador: "No tendrás gesto más propicio para el desacato / que la alegría". En la última estrofa, viene el llamado a la resistencia: "Elegirás no ser la compañera silente / de los discursos bélicos" y no estamos ajenas a las consecuencias: "entonces/ la tormenta vendrá por ti".
El triste poema "Vida" habla del embarazo en el mundo de hoy. No hay panegíricos edulcorados, falsas promesas, sino la realidad. El pequeño ser: "Se aprieta dentro del vientre / moviendo los límites a escondidas". Trata de entender lo que hay afuera, no percibe murmullos de amor sino "los estímulos externos / del telenoticiero". Sabe que vive y "Reza quedamente, entre ombligo y costillas / para que nadie escuche sus murmullos". Pero no tiene respuesta, está solo. Nadie le ayuda. No solo se da cuenta analizando lo que no ve, sino que intuye: "hasta que la sospecha / se clava en el corazón prematuro". El embrión en el poema se llama "la vida" y en el último verso, separado del resto por un espacio de largo silencio: "La vida encontrará su suerte".
Fisuras quita la máscara a todos los engaños llegando a verdades ineludibles para los errantes (…) Bienvenida, Amarú Vanegas, al círculo de las ganadoras del Gran Premio de Ediciones Embalaje. Fisuras es una obra reveladora, y conmovedora sobre una de las tragedias de nuestro tiempo, la de la multitud errante, los invisibles abandonados, las víctimas de la guerra y la corrupción. Celebramos que seas venezolana residente en Colombia. Representas un vínculo de solidaridad entre nuestros pueblos hermanos. Pero, más que nada celebramos tu poesía, que con imágenes extraordinarias que queman nuestros ojos con su verdad y versos que hacen eco de los pasos perdidos de millones de almas, despiertas el amor y la compasión por el otro y la otra, peregrinos por una Vía Láctea cuya espiral desciende a los infiernos y nos eleva en sílabas hacia la verdad.
¡Evohé, evohé!
Julio de 2020
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Prólogo de Fisuras (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2022)