La nación de los platos rotos de Gianni Mastrangioli Salazar
Golcar Rojas

Todos soñamos con volver a casa. Incluso los que se quedaron,
los que jamás se fueron, los que siguen adentro, enfrentando
el orden implacable del naufragio. La casa es un mapa,
una lengua, una forma de vivir, de ser juntos.
Alberto Barrera Tyszka.
Gianni Mastrangioli Salazar nació en diciembre de 1991 en un parto accidentado. Hubo que adelantar la cesárea porque el líquido amniótico se secó, lo cual hizo necesario extraer al bebé antes de tiempo para que sobreviviera.
Nació en diciembre del 91 y, dos meses después, Venezuela atravesaría uno de los momentos relevantes de su historia contemporánea, cuando un desconocido teniente coronel de la Fuerza Armada, liderara la intentona contra la democracia, el 2 de febrero de 1992.
Se podría decir que Mastrangioli nació prácticamente con la revolución de Hugo Chávez, pues fue a partir de ese año 92 —Gianni tenía dos meses de nacido—, que el mundo comenzó a conocer a quien tenía años conspirando en la sombra contra la democracia; y quien, pocos años después, vería la oportunidad de coronar su proyecto revolucionario, está vez no con un golpe de estado sino por medio de elecciones libres y democráticas.
Gianni tenía 7 años para diciembre de 1998, fecha de las elecciones. Creció en revolución. Las palabras socialismo, proceso, patria o muerte, formaron parte de su entorno de crecimiento. Vivió en la euforia de un país que celebraba la llegada al poder de un «revolucionario» que venía con la promesa de traer justicia, igualdad, paz... Un país que más tarde sufriría la decepción y enfrentaría la ruina y destrucción a manos del supuesto salvador.
Como dice Gianni de su abuela, la gente estaba como hipnotizada con el golpista. En carnavales, a los niños los disfrazaban de «Hugo», medio país esperaba ilusionado la venida de una nueva Venezuela.
«Ese hombre le echa bola», cuenta Mastrangioli que le dijo su abuela cuando le preguntó qué pasaría, luego de que Chávez asumiera el poder. Con otras palabras, me dijo lo mismo, años después, una vecina de Maracaibo. Una anciana con mucho dinero y propiedades, miembro de una familia fundadora del Partido Comunista de Venezuela: «A ese hombre, por lo menos, se le ve la intención».
Hoy, Gianni escribe desde Edimburgo y la vecina pasa una larga e indefinida temporada en Estados Unidos, con el temor de lo que pueda suceder con sus propiedades en Venezuela.
El «le echa bola y se le ve la intención» terminaron convertidos en una convulsión, en una sacudida, que expulsa venezolanos al mundo todos los días.
De ese país roto, desilusionado, herido y en huida, nos habla Gianni Mastrangioli en sus crónicas de La nación de los platos rotos. Leer sus páginas es reconocerse en cada línea, porque el proceso de extrañamiento que produce el exilio, es más o menos el mismo para todos.
Unos pasamos años, muchos años, decidiendo la partida. Otros, lo decidieron en un minuto, a pesar de no haber pensado nunca en salir de Venezuela. A Gianni lo hizo decidirse un atraco a mano armada. A una sobrina que decía que nunca se iría, la hizo salir el futuro de sus hijos; la imposibilidad de darle a sus pequeños una calidad de vida óptima. A mí, me hizo salir la sensación de que era cuestión de vida o muerte. Era elegir entre huir y sobrevivir o quedarme y morir y ver morir a los míos.
Al final, cada uno busca salvarse como puede. Los que permanecen en Venezuela también están tratando de salvarse y muchos buscan aún a Venezuela entre los despojos que quedan del país.
La nación de los platos rotos nos habla del desarraigo, del extrañamiento, de la pérdida, de la herida. Son gritos de quien se llega a sentir perdido en tierra ajena, que es la misma pérdida que se experimenta estando en nuestra propia tierra.
Al irnos, vemos o creemos ver el país en todos lados. Alucinamos con el gentilicio. Buscamos dónde plantar esas raíces que están en el aire, aunque finalmente comprendamos que la tierra viaja con nosotros, que esa arena que sueltan nuestras suelas, viene de nuestra tierra y que hay un arraigo que es imposible de arrancar, porque está en nuestra alma.
La nación de los platos rotos de Gianni Mastrangioli Salazar es el mismo país de los 101 poetas venezolanos que cantan desde el exilio en la antología de la diáspora, El puente es la palabra, en cuyo prólogo lo dicen claramente Kira Kariakin y Eleonora Requena:
«El migrante es la personificación de la fe y la esperanza. Frente al quiebre de todo lo que le es conocido decide partir, extraerse de las circunstancias que agobian y pervierten su bienestar, para insertarse en otras que, aunque no menos riesgosas, le ofrecen una luz hacia el futuro.
El migrante es la voluntad de cambiar el destino que se vislumbra oscuro con certidumbre, por otro que es una suma de posibilidades en el intento de ganar control sobre él».
El libro de Gianni tiene el inmenso logro de hacernos sentir que no estamos solos en la tragedia, tiene la fuerza y poder de la vivencia particular que lo hace universal. Gianni, como otros más de cuatro millones de venezolanos, decidió cambiar su destino. Pasó por el tópico de tener que limpiar pocetas, estigmatizado por los jerarcas del régimen hasta sentirse a salvo.
Si hoy, una mujer embarazada en Venezuela pasase por la complicación que tuvo la madre de Mastrangioli para dar a luz, las probabilidades de supervivencia de la criatura serían ampliamente menores que en 1991. Los hospitales se encuentran desabastecidos, con infraestructuras destruidas —también de eso nos habla este libro—, sin posibilidad de acceder a medicinas por la escasez y por los costos. Las clínicas privadas no tienen un panorama diferente y, muchas veces, curarse una enfermedad arruina a la gente y la deja en la calle.
Gianni Mastrangioli Salazar es un superviviente desde su nacimiento. Migrar forma parte de esa supervivencia. Gianni, con su juventud y espíritu emprendedor, representa a toda una generación de supervivientes. Una generación de jóvenes que luchan día a día, desde fuera y desde dentro de Venezuela, por recomponerse y juntar los pedazos de esa «nación de los platos rotos».
Madrid, 2019.
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Prólogo de La nación de los platos rotos (El Taller Blanco Ediciones, Colección Escolios, 2019)