La poética de Gustavo Fernández Colón
Mirih Berbin

Reescribir es siempre un acto de osadía por la distancia y el número de interpretaciones que puede existir, entonces se asoman interrogantes como asombros en la musicalidad del texto para venir a hacernos preguntar: ¿hacia dónde se da el salto en esta obra póstuma de Gustavo Fernández Colón? ¿Qué se deviene ante el anonadamiento de repasar las escrituras con la maestría, el ingenio, la templanza y la fina observación que hacen de cada uno de sus poemas un manifiesto sin agravios?
La lectura de Gustavo inevitablemente está marcada por la afición a la poesía que lo acompañó desde la juventud y por el oficio de profesor de literatura al que le consagró la mayor parte de su vida, sobre todo en las aulas de la Universidad de Carabobo. La devoción por el soneto lo acompañó desde la adolescencia: los sonetos de Garcilaso, Góngora, Quevedo, Lope de Vega y Sor Juana Inés de la Cruz, fueron hallazgos determinantes de su fascinación juvenil por la literatura del Siglo de Oro español. A este encantamiento se sumaría luego, gracias al estudio de la lengua inglesa, su admiración por los sonetos de Shakespeare y al aprender a hablar francés se fascinó por los versos alejandrinos de Baudelaire. Al avanzar en sus lecturas, pronto descubrió que la literatura hispanoamericana está poblada de numerosos cultores del soneto, entre los que destacan figuras como Sor Juana Inés de la Cruz, del linaje del barroco español y el genial Rubén Darío, renovador de la poesía en nuestro idioma, en cuyos versos confluyen en síntesis original, la policromía granadina de Góngora y la música verbal de Victor Hugo, pero la fama de los sonetos, no llegará a su fin con los románticos y los modernistas, sino que dará el salto a los siglos XX y XXI con escritores de vanguardia como César Vallejo, Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Virgilio Piñera, sólo por mencionar algunos nombres dentro de ámbito hispanoamericano.
Muchos de estos innovadores, se propusieron reconfigurar el molde métrico tradicional, para vaciar en él las imágenes surreales o hiperrealistas, así como las dislocaciones sintácticas de las estéticas contemporáneas. En Venezuela, un caso notable de fusión del imaginario vanguardista, con el patrón métrico clásico, lo encontramos en los sonetos de Salustio González Rincones publicados en 1922, luego Ana Enriqueta Terán lleva al soneto en finos versos G.F.C. (2021). A ciencia cierta, es imposible revisar con más detalle en la historia del soneto, en la literatura nacional o continental, lo que sí se puede aseverar es que los sonetos de este magnífico autor quedarán por siempre marcados en la historia como uno de los grandes hallazgos de la poesía actual.
La voz que abraza la poética de Gustavo Fernández produce el asombro de estar en presencia de una forma novedosa de presentar las santas escrituras. Son los relatos convertidos en sonetos, 33 sonetos desarrollados bajo el marco de la fe, aunque no alcanzó a comentarlo en vida, conociendo a Gustavo como lo conocí, maestro del simbolismo y de las representaciones, seguramente el número de poemas corresponde a los años en que estuvo en vida terrenal el hijo del Dios de los Cristianos. En cada soneto refuerza su fe, por lo que no es descabellado que, al ver el número de poemas que llevaba y que coincidía con la edad de Cristo, tomara la decisión de cerrar la producción de textos, como un lenguaje alegórico de esos que tanto le gustaban. En este libro, El fin de los tiempos, el autor sostiene una mirada madura, un conocimiento del que lo ha entendido todo y la espera de que el lector sea el último peldaño en la obra que nos ofrenda aun cuando en presencia física se haya ido.
Ciertamente plagas, virus y guerras son dardos lanzados al tablero de la humanidad y hacen daño, pero nadie hubiera sospechado que, en realidad este libro, El fin de los tiempos, haría alusión a el mismo, porque no fue el de cualquiera, fue El fin de los tiempos de nuestro amado Gustavo. Esperemos que la historia lo recuerde por su amplia trayectoria académica, su aporte para Latinoamérica con temas como la complejidad, la etnocrítica, la crítica literaria, la ecología, el ecosocialismo, la mística, la filosofía y la poesía, pero sobre todo, por su gran sensibilidad ante la vida, su total desprendimiento del ego y del yo y su mirada cercana al infinito conocimiento de la vida humana y su conexión con la espiritualidad. Pero el momento de su partida no estuvo ajeno a todo cuanto aprendió en vida, mientras se despedía confluyeron tantas cosas que nadie dudarían de la magnificencia de ese momento en el que Gustavo Fernández se despidió de nosotros. La cruz del altar de fondo, en sus manos los poemas que cerrarían por siempre el ciclo de su creación, una muestra de los mejores artistas de la ciudad era su público, el tema era sobre Salvador Montes de Oca, considerado un mártir, todo ocurrió en la Iglesia La Candelaria que había sido su templo favorito desde hacía años y a poco menos de un metro de distancia estaba yo, la testigo que, sin saberlo, grabaría sus últimos minutos en este plano.
El único soneto que recitó completo en el momento de su muerte fue el que leeremos a continuación:
Primera visión: Contemplación de Jesús crucificado
Aquí ante ti señor estoy rendido,
junto a tu cruz arrodillado espero
toco los clavos de tus pies y muero'
solo al mirarte así desfallecido
estas espinas de tu rostro pido
estas tus manos perforadas quiero
este costado abierto en mi prefiero
antes que verte a ti en la cruz herido
busque la luz en la palabra escrita
para entender lo que en el pecho siento
todo de ti me hablaba cada cita
de los profetas cada testamento.
Pero no es ya el saber lo que me incita
sino sufrir por ti, dulce tormento.
Lo cierto es que ahí no detuvo su lectura, en realidad sus últimas palabras fueron un fragmento del segundo poema a Salvador Montes de Oca que será para siempre la manera en que lo habitaremos y recordaremos hasta la eternidad.
"el espíritu santo en él ardía" G.F.C (2021)
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Prólogo de El fin de los tiempos (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2022)