La suave deformación de los versos de Wilson Díaz
Geraudí González Olivares

Escribir un poemario dedicado al autor estadounidense Henry Miller, es comprender de antemano que algo bizarro y controversial tendrán esos versos. El tono crudo y desparpajado de este autor ha sido siempre un motivo de discusiones y disertaciones en torno a su vida y obra, ambos aspectos siempre muy vinculados en torno a su trabajo escrito. No por nada dice Wilson Díaz al inicio del libro: a Henry Miller, boca de bisagra frente a la carne electrizante.
Esta bisagra articula lenguaje y emoción, siendo el primero un vehículo de expresión que transita desde todas las formas posibles. Quien escribe está sujeto a esa travesía lingüística y emocional; lo que indica que el lenguaje, además de vehículo, es un puente entre esos surcos de la ciencia y la pasión que han acompañado siempre la existencia humana. Esto explica esa carne,término que, según la RAE, representa la "parte material o corporal del ser humano, considerada en oposición al espíritu", que celebra de alguna manera, algo de lo sórdido en cada ser humano.
La mayoría de las veces, Wilson Díaz asume el lenguaje desde una visión más cercana a lo visceral que a lo propiamente ontológico. Podría suponer que esta visceralidad, como en el caso de Miller, tiene en Díaz una dosis de su propia existencia. Y así también, la provocación implícita, y en ocasiones muy explícita, de la ironía que acompañan a buena parte de estos versos. Me atrevo a decir que quizás es la manera de asumir el mundo de este autor bogotano:
A veces la vida no tiene opción
una masa
en forma irónica
se inclina en el objeto.
Ahora bien, la deformidad, según la RAE, alude a tres cosas: cualidad de deforme, cosa deforme, y error grosero. Por otra parte, en lo penal, significa "desproporción o irregularidad en la forma del cuerpo o de algunos de los miembros o de las extremidades de una persona, las cuales en los delitos de lesiones da lugar a una pena agravada". Miremos entonces las deformidades que hurga Díaz en estas dos partes de este libro; en la primera parte, sin lugar a dudas, lo mórbido es parte esencial del lenguaje. Las palabras aquí, parecen descorrer un velo de intensidades vitales que van y vienen a lo largo del libro, en dos partes que dialogan pero que inevitablemente muestran dos momentos claramente distintos.
En este sentido, la propuesta de ambas secciones apunta lo siguiente: la que da título al libro, "Suave deformación"; y "Boca de lobo". En la primera, hay un esfuerzo de sobrevivencia, un encuentro compungido de versos cargados de un lenguaje crudo, inclemente a algunos hechos, y con una aspereza que deja verse en casi todos los poemas: una torre de marfil al revés, donde el artista –en este caso, la voz poética- se aísla; pero este aislamiento no obedece a un perfeccionamiento estético, ni a la indiferencia del entorno, por el contrario, hay un interés especial por lo que acontece más allá de lo que observa, es el interés de su propio mundo interior:
Atrapan en la oscuridad
mis temores,
la ansiedad de morir el día.
Ahora bien, en "Boca de lobo", la segunda sección del libro, las hendiduras persisten, cierto que en un tono más suave -aunque persiste la dureza-, pero esta vez más cercano a la existencia, incluso, podría atreverme a decir que más cercano a la ternura. Y es que esa "boca de lobo" no es más que la puerta a esas oscuridades que cercan a la voz que habla, pero desde una postura menos severa, menos sórdida; más benigna, quizás.
Beber su muerte
ladrar de alegría
para amurallar la huida.
Osmanlí…
Oscuro turco
atrapado en la sospecha.
La expresión "boca de lobo" alude a un espacio de mucha oscuridad; así como también a la inseguridad que puede producir una situación o algo en particular. "Meterse en la boca del lobo" es precisamente lo que coloquialmente se dice cuando nos referimos a estos temores o inseguridades. Y es precisamente en ese túnel en el que parece explorar Wilson Díaz en esta segunda parte de su poemario.
Merecen mención aparte, las variadas referencias presentes en estos poemas de Wilson Díaz. Apenas iniciamos la lectura, Henry Miller es la referencia literaria más presente. Pero en el camino, encontramos otras que también convierten el libro en un diálogo intertextual entre los versos del autor colombiano y los múltiples lenguajes estéticos a los que estos últimos apuntan: musicales, visuales, poéticos, en fin, un diálogo que se mantiene hasta el último verso, porque, finalmente, lo importante es el "lenguaje prístino, huidizo" que Díaz va tejiendo en sus versos. El autor tantea en el mundo onírico, y con él se va aproximando a algunas interioridades:
He hurgado
cómo huyen
los sueños
entre latas
ahuecadas de cerveza.
Y con estos sueños que huyen (¿los de él mismo?), la voz poética termina por ahondar en su propio extravío:
Deshabitado
miro entre los bolsillos
escucho la campanada
de mi próxima ausencia.
Quizás entonces, comprenderemos la suave deformación de estos versos calados de exotismo y una selectiva ironía. Y probablemente se habrá cerrado "la boca de bisagra" que nos recibe en los cantos iniciales, porque Absorbe, engulle, /el abismo entre el ardor. Y, aun así, seremos capaces de lanzarnos desenfrenadamente, / una vez más hacia la fascinación y el terror, y seguir vivos en este mundo fraguado de absurdos.
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Prólogo de Suave deformación, de Wilson Díaz (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2021)