Relámpagos que nos hacen arder
Karla Barajas

"Escribir es bajar a los infiernos, a travesar el fuego y salir de ahí con más fuerza", dijo el escritor mexicano Mario González Suárez, en un taller literario al que acudí hace tiempo. Tenía razón, nadie sale ileso de ese lugar. Pocos lo atraviesan. Es fácil meter un dedo y sacarlo porque duele. Una y otra vez intentamos cruzarlo, pero ahí habita nuestra sombra, los miedos, lo que nos avergüenza. Sabemos que al entrar podemos perdernos entre el humo y las llamas de nuestro inconsciente.
Cuando leemos a un autor o autora, más allá de lo que aclara como su intención, ya sea la búsqueda de la belleza, la provocación en el lector o eso que se obstina en repetirnos como un mantra, intuimos si habla de aquello que le produce emociones de manera superficial o no, si escribe con monotonía, si intenta copiar el estilo de alguien más, si sus personajes son una extensión de sí o ha salido de su piel para reconocerse en la de otras.
"Todo aquello que es auténtico es bello", dice Florian von Donnersmarck, director de la película alemana No dejes de mirarme. "Sólo lo subjetivo es arte, si no, sería artesanía". En palabras de Pía Barros, "no importa que esa historia se haya contado mil veces, si me la cuentas desde tu voz, si te ha atravesado y la cruzaste por tu piel". Eliana Soza Martínez, escritora potosina, es auténtica, ha luchado en ese abismo, abrazado a su sombra y entendido que sus preocupaciones son las que aquejan a otras mujeres. Narra con honestidad. En sus textos se percibe la chispa y llama con que escribe, la pasión.
El fuego que habita en nosotras, de su autoría, perteneciente a la Colección Comarca Mínima, editado por El Taller Blanco Ediciones, reúne una serie de 76 microhistorias de terror, denuncia, fantasía, ciencia ficción y erotismo.
Los cuatro capítulos que dividen al libro fueron titulados como las estaciones del año, son una alegoría a las diferentes etapas de vida y de madurez en que se encuentran las protagonistas. Por ello, en el capítulo "Verano", contemplamos 30 minificciones, mientras que en primavera tenemos 16 y en "Otoño" e "Invierno", 15. Es decir hay una proliferación de minificciones durante la juventud, que es la etapa en la que habita la autora.
Es interesante porque vemos una declaración de intenciones en la minificción en donde habla del momento en que una escritora comienza su declive. Nuestra autora presenta un libro con lenguaje y mirada jovial, precisa y clara.
La boliviana es una artista de sólida y prolífica producción literaria. En cada entrega, suele sacudirnos por el temple poético, búsqueda de la belleza, ternura, desilusión, dolor o ira, vertidos en sus protagonistas. Estas son complejas, habitantes de espacios sin especificarnos en qué tiempo viven, pero que reconocemos como contemporáneos, por los potentes diálogos y el tratamiento psicológico de los personajes, los cuales se dimensionan a tal punto que logramos apreciar su transformación al término del microrrelato, reconocemos la contradicción entre sus pensamientos, acciones y la manera en que afrontan las dificultades que implica el crecer, vivir o trascender.
Eliana descarga relámpagos capaces de quemarnos la conciencia con historias crudas como la de Mariana, narradas desde el recuerdo, la inocencia y eso que conocemos como intuición. Escuchamos una voz que no es la de la víctima y que resguarda su identidad para contar lo que presenció, sin describirse o mostrarse. Elige, acertadamente, a quienes dará un nombre y a quienes otorgará el anonimato. Porque en "Intuición" como en otras historias, presentadas en el libro que está a punto de arder en sus manos, no sabremos nunca el seudónimo de la testigo, pero sí el de la protagonista, aquella que ya no puede contar esa historia o que le resulta tan vergonzosa que, en un pacto de sororidad con los personajes, la escritora jamás revelará su identidad.
En la "Primavera", como en el resto de los microrrelatos pasamos de la perturbación a un estado de extrañeza. Las narraciones mezclan lo infantil con lo siniestro, desde el pasado, por ello quien lea tendrá esa labor minuciosa de llenar intersticios y unir las piezas de algo grande para dar fin a una historia, punzante y dejándonos una sensación de impotencia y de que esos destinos se pudieron cambiar. En la cúspide de nuestras emociones aceleradas por el contenido de las 91 páginas de este libro, coloca estampas con un ritmo lento, espacios desde los cuales nos permiten contemplar esa prosa fina, en la que son descritos los paisajes de Bolivia, como en "Cercos" o en "A través de los ventanales".
En ocasiones vemos a los monstruos de Eliana, con rostro humano y conocido, no alcanzamos a divisar a sus Caminantes, pero sí el filo de un cuchillo que pondrá punto final al sufrimiento o ese instinto suicida con que se contemplan las ventanas. Sus zombis no tienen carga desgarrada, son maestras y compañeras competitivas que expanden el miedo entre sus compañeras. La competencia, la crueldad y la transformación se expanden como un virus por los pasillos de las escuelas y del libro.
Hay personajes que se dejan llevar por el destino y otros como Catalina, quienes ponen resistencia a los retos que se les imponen. Algunas de sus chicas se van de casa porque saben que el dolor que les corresponde es solo el suyo.
En algunos microrrelatos como "Almas gemelas", Eliana logra sorprendernos con los avances que la ciencia utiliza para encontrar a la pareja. Este es uno de los temas a los que se encuentran ligadas sus mujeres, la búsqueda del amor y qué están dispuestas a dar o perder por ello. Amor es una de las palabras clave, cuya polisemia nos permiten gozar de los juegos con que la autora explora el amor propio o la búsqueda de él, lo que permite explorar en los recovecos del amor romántico, filial, lúdico, amistoso y leal.
DESAMOR
Dejó todo, incluso de ser ella misma para amarlo, pero se dio cuenta que, si tenía que dejar de ser ella misma para amar a otro, el amor no era para ella.
El lenguaje tradicional, coloquial y lírico vertido en sus microrrelatos, en conjunto con el orden narrativo, apoyado en la lógica de lo cotidiano, atenúa la sensación de extrañeza, de sorpresa y de sentirnos en un ambiente conocido. Historias trágicas como Exigimos y Linchamiento pueden llegar a ser melodramáticas, pero sus finales epifánicos, abiertos, paradójicos, cerrados y de paisaje dan una vuelta de tuerca a eso que leemos en periódicos o vemos a través de las noticias. La autora elige finales anafóricos cuando se avecina una avalancha de violencia.
La realidad aquí es bella, tierna, violenta, incluso puede llegar a ser una mezcla de las tres, contadas desde un tono natural como en "¿Por qué si nos amamos?" o en "Cartas a Santa Claus".
La infancia es un lugar seguro para contar historias, no sabemos a dónde llevará el túnel a Adriana al amor o al odio. Ni este laberinto de historias, que cambian de tono Siempre estaremos expectantes al final de esas breves ficciones, contadas de muchas maneras, como un Diario y a manera de lista, como un recuerdo, como un oxímoron o pensamiento que devela los misterios del amor.
Uno de los más grandes aciertos de la escritora está en hacernos sentir cómo vive el personaje el sudor, la menstruación, la mutilación al cuerpo. El cuerpo y sus fluidos son vehículo de comunicación, que pocas veces encontramos en las minificciones, pero sí en nuestra vida cotidiana. Por ello, sus personajes no son planos, no están colocados de manera superficial. Eliana no acostumbra a nombrar la soledad, la vergüenza o el placer, nos lo muestra, lo hace sentir. Logra ponernos en la piel del personaje y crear empatía. Es auténtica, con una visión estética que muestra las atmósferas y aquello que no se describe por desagradable.
En El fuego que habita en nosotras nos muestra esos deseos, angustias, placeres, que nos hacen arder en soledad y quizás, después de leerla, entre todas podamos apagar la llama que lacera a las mujeres.
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas a 16 de octubre de 2022.
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Prólogo de El fuego que habita entre nosotras (El Taller Blanco Ediciones, Colección Comarca Mínima, 2024)