Afán de fuga

03.02.2025

 Sinar Alvarado 

Leo Felipe Campos  (San Félix, Venezuela, 1979)
Leo Felipe Campos (San Félix, Venezuela, 1979)


En el expediente carcelario de Henri Charrière, alias Papillon, una leyenda en letras rojas advertía: «En constante preparación de fuga». Sus captores, en las distintas prisiones que padeció y evadió, recibían la carpeta apenas llegaba; y después de leerla sabían a qué atenerse. Los guardias entendían que ese recluso, gastado por la tortura y el encierro, aún conservaba intacto un rasgo esencial de todo espíritu rebelde: el ansia de libertad.

Como Papillon, este libro rescata las vidas azarosas de distintos personajes en fuga: un fotógrafo que retrata presidiarios en una isla brasileña y cada tanto viaja para mostrar su trabajo en Nueva York. Un banquero trotamundos que vivió en distintos lugares mientras perseguía el reto profesional, y en el último puerto encontró el cautiverio. Un delincuente juvenil que sobrevivió secuestrado por la violencia, y solo conoció la libertad sentado en una silla de ruedas. Un hombre que huía de su esposa para encontrarse con su amante en un motel ruinoso. Una familia de venezolanos que cruzó la frontera hacia Colombia para no morir de hambre en su país. Y miles de migrantes, venidos de todas partes, que siguen cruzando el Tapón del Darién en busca del sueño dorado en Estados Unidos.

Desde que se levantó sobre sus pies y abandonó África, la historia del hombre ha sido una crónica del movimiento perpetuo. Leo Felipe Campos ha honrado esta herencia. Vivió en Venezuela, en Brasil y en Colombia, y entre estas fronteras ocurren sus historias. Solo una de ellas contiene esta frase, pero podría aplicarse a todos los personajes reunidos aquí: «En sus miradas bailaban la expectativa, la angustia y la ilusión».

Migrante permanente, Campos repite en este libro el atavismo de todo narrador: contarse a través de otros; retratar en los demás la silueta de sí mismo. Con frecuencia su discurso pasa de la narración a la reflexión y a la interpretación. De esta manera, asistido por los grandes géneros de la no ficción, el autor fabrica una nueva forma de verdad que va más allá de las anécdotas recopiladas durante la reportería. Ella es el resultado de la observación, del punto de vista y del pensamiento posterior: un ejercicio que todo narrador comprometido debería realizar cuando enfrenta la realidad como espectador participante. Lo valioso y lo memorable no palpita solo en aquello que puedo ver y luego cuento como testigo; sobre todo, lo relevante de cada relato yace en su significado para la comunidad.

Las vidas maltratadas que coinciden en estas páginas (reclusos, prostitutas, migrantes, delincuentes) resumen las infinitas formas del sometimiento, y nos recuerdan que el destino de unos pocos desdichados es también —debería ser— el destino de todos nosotros. Frente a esta realidad, la misión del periodista, que podría irse a cualquier otro lugar, es elegir el menos cómodo y quedarse allí para contar la historia.

Alma Guillermoprieto, la cronista mexicana, ha dicho que el periodismo le regaló «un asiento en primera fila frente al gran teatro del mundo». Desde esa silla se cuentan las historias de esta antología. Al momento de leerlas debemos sujetar el papel con ambas manos, pues el ímpetu del movimiento permanece de principio a fin. Basta con adelantar que el libro empieza y termina con helicópteros en pleno vuelo.



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Prólogo de Concierto para delinquir, de Leo Felipe Campos (El Taller Blanco Ediciones, Colección Escolios, 2020)