Un libro contra el otoño de Rilke
Alma Karla Sandoval

No
hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
Rainer Maria Rilke
Los soñadores de casas, según Gaston Bachelard, son quienes recrean imágenes de ese primer lugar que habitamos en el mundo y lo presentan desde la escritura poética. El verso que abre como una flor de noviembre está cuajado de ritmo en Visión de carne de Carlos A. Colón Ruiz, un poemario tripartito que nombra la casa, las ideas y el escape. Cada una de esas instancias posee un vocabulario libre, cuyas insólitas asociaciones conjugan el equilibro de la imagen posible y la reflexión filosófica. Estamos frente a lo que consigna María Zambrano: «Los poetas no buscan, encuentran».
En este confín de hallazgos, el poeta rinde homenaje a la tradición poética en América Latina. Las residencias de Pablo Neruda (que no en balde hacen alusión a un domicilio) y la longitud versicular de Nicanor Parra se entreveran con otros homenajes a la poesía de nuestro tiempo. Colón Ruiz es un poeta devorador de carne imaginada e imaginativa, de un músculo lector que todo lo lleva al reino de su lirismo, es decir, un catoblepas [1] detective como Los perros románticos o Los detectives salvajes de Roberto Bolaño porque de ahí abreva la textura conversacional de este libro.
Si escapar es volver a casa, pero la intemperie también se encuentra dentro, los sueños, en la vigilia, se desdoblan mientras entran por la ventana serpientes, ratas, niños abortados, pestes, ángeles del demonio, marionetas gubernamentales, pantalones brinca charcos, madres solteras, hombres de barbas largas, católicos, evangélicos y satánicos, a decir del yo poético para quien enumerar creando es un instinto natural. De ahí que la intuición poética, el olfato mordedor de nubes, los techos, los peldaños, los latidos resistentes a la colonización imaginativa circulen libremente entre anáforas, letanías y paradojas en Visión de carne.
Además, el hablante lírico de esta obra establece puentes dialogantes con poetas como Ida Vitale desde la admiración y el aplauso, pero también mediante soliloquios que no enmielan la ternura, más bien la dejan desvestida al lado del camino o bien encabalgada cuando se cortan los versos para dar la versión de un personaje:
[…] y apenas logro recordar,
una respuesta que, aunque presente,
se esconde en un pilar de versiones
que invento al azar
queriendo ser personaje de cosa tan digna
y no un lector, un jugador, un fanático
y no un chico que te cobra las frutas los domingos.
Con esas pistas podríamos decir que en este poemario hay un rito de iniciación intramuros, una construcción del sujeto poético que convoca trances o autohipnosis para escapar al ser común, al chico que se autoselecciona para migrar a la república de un parnaso post-apocalíptico. Desde una mirada miope se podría señalar que persiste una "expresión fresca" en las páginas que siguen, pero no hay nada de naif en esta voz retando las cumbres más altas de la poesía universal; tratando de escalar solo y frente al silencio que se deconstruye las antípodas pesimistas de, por citar un ejemplo, Rainer Maria Rilke, para quien no hará casa el que no la tiene. Carlos A. Colón Ruiz canta en sentido contrario desde la primavera de estas búsquedas. Su postura frente al mundo no es otoñal ni derrotista. Para él, el hogar es la palabra.
[1] Criatura legendaria de Etiopía descrita por primera vez por Plinio y luego por Claudio Eliano. Mario Vargas Llosa habla de este ser mitológico en Cartas a un joven novelista al referirse a un escritor apasionado precisamente como un catoblepas que devora lo que encuentra a su paso para beneficio de su obra. Se trata de un animal con cuerpo de vaca y cabeza de cerdo. Su espalda está cubierta de escamas que le protegen y su cabeza mira siempre hacia abajo. Su mirada o su respiración podían convertir a la gente en piedra o matarlas. Plinio lo describió como una criatura de tamaño medio, lenta, con una cabeza pesada vuelta siempre hacia el suelo. Pensó que su mirada, como la del basilisco, era letal, lo que hacía bastante afortunado que su cabeza fuera tan pesada.
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Prólogo de Visión de carne, de Carlos A. Colón Ruiz (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada, 2020).